La capital alemana es una ciudad muy conocida en el mundo por los terribles eventos que ocurrieron dentro de sus límites no hace mucho tiempo. Se dice que para no repetir los errores de la historia es preciso estudiarla, entenderla, comprender lo que pasó y sobre todo recordarla, en especial a las generaciones que afortunadamente no tuvieron que vivirla. Pues bien, si vives en una ciudad como Berlín, es difícil no recordar cada día los eventos que sucedieron hace décadas.
Diversos monumentos, museos y elementos que se mezclan con la arquitectura propia de la ciudad logran educar y sensibilizar a todos los que no vivimos esa tragedia. Si alguno de estos puede evocar todas estas acciones como ninguno, es el Monumento al Holocausto de Peter Eisenman.
Integrado en la ciudad como cualquier otro elemento urbano, este Monumento sorprende por su carácter único y contradictorio, es un espacio abierto y al aire libre, pero no es un parque ni un descampado, ¿es un laberinto urbano?, tampoco lo es ya que no tiene ni entrada ni salida, desde lejos a lo que más recuerda es a un cementerio, pero tampoco pretende serlo, y desde luego aunque lo parezca, no es producto de la casualidad ni la improvisación.
Este monumento surge a partir de una iniciativa a favor de construir un hito que recordara y honrara a los millones de judíos que murieron en el Holocausto. Para tal fin en 1994 se llevó a cabo un concurso que convocó a una gran cantidad de artistas y arquitectos, siento el triunfador el americano Peter Eisenman, cuya propuesta de llenar una parcela de 19.000 metros cuadrados con una retícula perfecta de bloques de hormigón ganó por amplia mayoría. Fue inaugurado el 10 de mayo de 2005, 60 años después que terminase la Segunda Guerra Mundial.
Eisenman es uno de los impulsores del movimiento llamado “Deconstructivismo”, cuyos principios se basan en desechar ideas de la arquitectura convencional, optar por el abandono de la línea recta, y favorecer ángulos que no sean rectos, creando sensaciones de caos y movimiento. Es por eso que sorprende tanto la rigidez de su propuesta. Aunque no nos dejemos engañar, aquí cada elemento está plenamente justificado. Cada uno de los bloques de hormigón tienen una misma medida de 2,38 m de largo por 0,95 de ancho, al mismo tiempo la altura de los bloques varía y no sólo eso, cuando se recorre por dentro nos damos cuenta que el suelo es ondulado y de distintas inclinaciones, y al poco tiempo comienzan a surgir sensaciones de caos, desorientación, claustrofobia y opresión, como estar viviendo en un mundo en blanco y negro. He aquí donde recae la genialidad de este monumento, el poder crear todas estas sensaciones en un espacio limpio y de formas rectas y ordenadas, como queriendo representar el caos dentro de un orden aparente.
Adicional al campo de bloques de hormigón existe un “Centro de información” que sitúa al visitante en contexto y brinda datos y estadísticas sobre el Holocausto. Esta algo escondido, de hecho durante mi visita me lo pasé por alto por no conocer su existencia, pero que vale la pena echarle un vistazo.
¿Cómo llegar?
Se encuentra a menos de doscientos metros de la Puerta de Brandeburgo, accesible desde la estación de metro y tren de cercanías Brandenburger Tor y adyacente al gran parque de Berlín, el Tiergarten.
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Que recuerdos 🙂
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PERSONALMENTE TUVE LA OPORTUNIDAD DE CONOCERLO. ES ALGO IMPRESIONANTE Y LLENO DE MISTICA. FELICITACIONES AL ARQUITECTO QUE LO PROYECTO. SE JUSTIFICA VERLO VARIAS VECES.
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