Se define como arquitectura efímera a aquellas obras que están destinadas a durar un tiempo determinado, construcciones temporales que cumplen una función específica para luego ser desmontadas. Como tal se pueden considerar una escenografía teatral o de un concierto, montajes para exposiciones y hasta incluso obras de gran infraestructura pero de uso temporal (casos como el de las Exposiciones Universales).

Sin embargo, para mí la palabra arquitectura puede tener muchos más matices y en este caso la palabra efímera la quisiera aplicar en un fenómeno que presencié en la Plaza Jemaa el Fna en Marrakech.

El epicentro de Marrakech

Considerada como el centro geográfico de Marrakech, en esta plaza de grandes dimensiones se desarrolla buena parte de la vida de la ciudad. Completamente ajena al concepto de plaza que podemos tener en Europa, Jemaa el Fna es un espacio que carece de los elementos típicos de una plaza como fuentes, un hito, estatuas, bancos o césped, pero que tiene más vida e intensidad que cualquier otro espacio público que haya conocido.

Está rodeada de construcciones modestas y de baja densidad, donde domina el minarete de la Mezquita Kutubía y hacia el norte, el zoco, foco de la actividad comercial.

Es imposible evitar transitar por esta plaza en un viaje por Marrakech. Quieras o no, Jemaa el Fna, lejos de tener elementos estéticos, ejerce una atracción irresistible al visitante y es tan cambiante que bien merece la pena observar un time-lapse de un día de actividad.

Justamente esta característica es uno de sus mayores atractivos. La actividad frenética e incesante consigue adueñarse de este espacio público, como una especie de orquesta improvisada donde reina un caos contenido y donde cada elemento es imprescindible. Es la sensación de que en cualquier momento puede ocurrir algún suceso imprevisto entre el ir y venir de miles de personas en todas direcciones, coches, motos, carruajes en distintas direcciones. Sin embargo, de lejos parece un engranaje perfectamente montado.

En este caso, el contenedor de tanta actividad no es ningún elemento arquitectónico, únicamente presente en los puestos ambulantes de comida y en las sombrillas improvisadas donde se cobijan del sol encantadores de serpientes, adiestradores de monos, dentistas y toda clase de personajes pintorescos. Las “edificaciones” de la plaza se componen de toda esta vorágine cultural que tiene lugar en Jemaa el Fna.

Jemaa el Fna, un sitio de contrastes

Los contrastes son tan fuertes tanto de día, cuando domina esta especie de circo improvisado, como de noche, cuando la música, los aromas, las luces y la comida se apropian del lugar, creando una explosión cromática y olfativa. Es a esta hora cuando las tatuadoras de henna van a la caza de turistas, cuando se reúnen grupos de hombres a jugar o a montar una sesión musical repentina o cuando los cuenta cuentos agrupan a una pequeña multitud a su alrededor.

Entre mis recomendaciones está el evitar intentar pasar desapercibido, muchos de los que frecuentan la plaza viven de la actividad turística y os reconocerán enseguida. Lo mejor es relajarse e inspeccionar sin miedo el lugar, ya que la menor mirada de interés hacia alguno de estos personajes os puede llevar irremediablemente a pagar una propina, de la misma forma que lo hará una fotografía, así intentemos robarla. Para observar con comodidad, lo mejor es visitar algún café o bar que tenga vistas superiores a la plaza y dejar pasar las horas.

La impresión tras el primer encuentro con Jemaa el Fna puede que sea un poco intimidante, pero solamente dura unos minutos. El proceso de adaptación a la locura de la plaza ha sido sin duda uno de los momentos que más recuerdo de este lugar imprescindible de Marruecos, que es de forma muy merecida, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.




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